España romana, España árabe, España gótica siempre rica en monumentos, que admiraremos tal vez en naciones estrañas,ignorantes de que nuestra patria los posea. ¿Dónde los famosos acueductos de Segovia y Tarragona, corte en otros tiempos del antiguo imperio? Larga serie de siglos ayudados de las sangrientas revoluciones que ajitaron el orge allanaron soberbios edificios: ¿qué, si por la menor piedra medimos el todo de la gran fábrica á que pertenecía? Se azorará nuestra imajinacion al concebir el colosal templo de Hércules en Barcelona, cuando contemplemos la seis jigantes columnas de su fachada, que respetaron más de veinte siglos: Nos asombran los vestigios de los ancianos muros de Tarragona: Roma nos dejó estampada su grandeza aun en los sarcófagos en que encerraron las cenizas de sus héroes.
Rica y caprichosa por el contrario España árabe enriquece a Granada, Córdoba y Sevilla de injeniosas fábricas en que bien a lo lejos brilla el esplendor y la opulencia de los Sarracenos. Ostenta Granada su divina Alhambra con su magnífico patio de los Leones, su salon de Abencerrajes de atrevidas columnas y doble galería, sus esmaltados jardines con antojadizos juegos de aguas, su arrogante castillo cuya cabeza parece echar aterradoras miradas por encima los erguidos techos del palacio. No sin razón hace alarde de su Jeneralife. De envidia eleva la jentil Sevilla por entre sus mas bellos edificio su jigante torre, su preciosa Jiralda cuya cúpula se abre paso por entre los densos vapores que infestan la atmósfera: ensalza su alcazar y guarda zelosa su catedral, la gala tal vez de las de España.
Ni se humilla Córdoba la insigne: ahí está su gran mezquita, donde vió Mahoma tantos años postrado el turbante de la infiel morisma, ay ahora escucha el Dios de la eternidad los sencillos coros, con que los cordobeses ensalzan sus virtudes.
Y no mentaremos aun los monumentos árabes de Tarragona, que en mil confusos escombros refleja los caprichos de cien siglos: echaremos á olvido Barcelona sobre cuyos anchos muros campean las tres arrogantes y ahumadas torres de las Canaletas nunca acabadas, y ya en parte destrozadas, ya terriblemente heridas por las armas de Felipe V. Hoy apagan los jemidos y maldiciones de los rebeldes a la ley estos tenebrosos recintos, que tal vez temblaron al acento guerrero de los que desde ellos se guarnecín las armas enemigas.
Callarán sin embargo Córdoba, Sevilla, y Granada, cuando saque á plaza Burgos sus templos esbeltos y desembarazados, sus anchos y bien labrados salones, sus caprichosas puertas, su arquitectura puramente gótica. presentará grandes hasta en los adornos, osados en sus formas su catedral y los vestigios del convento de los Carmelitas. Ni blasonarán menos de las bellezas de su catedral León, Toledo, Zaragoza, Salamanca, Barcelona, Gerona y otros pueblos de la opulenta España, que no halla quien en la parte monumental con ella rivalize, y salva Italia, es madre de los mejores y mas acreditados artistas. ¿Permanecerán en España tan ricas maravillas ignoradas de nosotros mismos? Ni está aun actualmente tan falta de escelentes arquitectos, pintores y escultores, cuya frente no haya producido grandes y sublimes creaciones: ¿estarán condenados al olvido los nombres de estos como los mas de sus predecesores?
Una guerra de destruccion acaba por destrozar por espacio de seis años lo que aun habia respetado el furor de los franceses a principios de nuestro siglo: sus restos aun nos dan idea de sus monumentos: no desaprovechemos ocasion tan oportuna: levantemos á nuestra patria de sus ruinas: renacerá España llena de brío, confundiendo la soberanía de naciones estranjeras.
Francisco Pi y Margall
España, obra pintoresca, 1844
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