El 16 de abril de 2002 el Congreso de los Diputados aprobó una denominada Carta de Derechos del Ciudadano ante la Justicia, en la que se reconoce a la ciudadanía el derecho a comprender el lenguaje jurídico. A tal efecto se constituyó una Comisión de Expertos para la Modernización del lenguaje jurídico que en septiembre de 2011 presentó su informe al Consejo de Ministros.
El informe contiene recomendaciones sobre corrección lingüística y ofrece una guía de ejemplos para mejorar la redacción de los escritos jurídicos. Se constata que los ciudadanos consideran críptico el lenguaje judicial y se propone sustituir los particularismos lingüísticos por términos del lenguaje común, siempre que sea posible. Las recomendaciones propuestas por la Comisión van más allá de la pura ortografía y pretenden crear un marco institucional para devolver -según dicen- la relevancia que el uso del lenguaje nunca debió de perder.
Estando de acuerdo en que siempre que se pueda, no ya en el lenguaje jurídico, pero especialmente en él, debe tenderse a la claridad, lo que ya no me parece tan bien es que se opte por un determinado estilo en relación a los párrafos o la sintaxis, en general. En concreto, se expresa lo siguiente:
La extensión de los párrafos no debe sobrepasar límites razonables. En este sentido, no es conveniente redactar párrafos excesivamente largos, ya que, de hacerlo, el lector o el oyente no podrán retener la información, ni mantener la atención.
El párrafo ha de contener una sola unidad temática, pues aquellos que incluyen en su interior referencia a hechos distintos son difícilmente comprensibles.
Han de evitarse los párrafos unioracionales, formados por concatenaciones de frases coordinadas y subordinadas, llenas de incisos poco relevantes, de dudosa necesidad y que dificultan de modo extremo la comprensión al lector.
Personalmente, pienso que en algunos aspectos (y este
es uno de esos) se pretende simplificar y vulgarizar todo hasta tal punto, que
llegamos a extremos intolerables. Los términos "ciudadano" o
"ciudadanía", en el contexto de este informe, son a mi parecer, meros
eufemismos de lo "vulgar", que por lo demás, en la segunda acepción
del DRAE, significa "común o general, por contraposición a especial o
técnico". Se trata, pues, de un significado preciso y eficaz, y en
absoluto peyorativo, pero que por imperativos de lo políticamente correcto siempre se
intenta evitar. En definitiva, esto no es sino una manifestación más de lo que
Amando de Miguel denomina "perversión del lenguaje".
Y en lo referente al empleo de oraciones cortas en evitación de largas concatenaciones,
decir simplemente que tampoco estoy del todo de acuerdo. Como tampoco lo estoy
cuando en otro apartado del Informe se dice que "los científicos explican
en términos sencillos fenómenos tan complejos como la física cuántica o la
regeneración celular". Esto no es del todo cierto porque rara vez son los
propios científicos quienes nos explican tales fenómenos, sino meros
"divulgadores", que no es lo mismo. Y me remito al ensayo "Imposturas
intelectuales", de Alan Sokal y Jean Bricmont
(científicos ambos), cuyo título original en inglés es "Fashionable
Nonsense: Postmodern Intellectuals Abuse of Science" con lo que la
traducción literal sería esta: "Sinsentidos de moda: El abuso de
la Ciencia por los Intelectuales Posmodernos". En este ensayo lo
que se hace precisamente es alertarnos respecto a la escasa fiabilidad de tales
"vulgarizaciones" y del empleo superficial y espurio por parte de
ciertos intelectuales que, justamente, ocultan su desconocimiento de la materia
que abordan, bajo un lenguaje oscuro.
La realidad es que conviene distinguir entre pensamientos o ideas oscuros y claros. Estos, los pensamientos claros, pueden generar explicaciones claras, pero los oscuros, jamás: porque la oscuridad sólo engendra y sólo puede engendrar oscuridad: si uno no entiende algo, si su idea sobre aquello que transmite es oscura, sólo podrá transmitir confusión.
Por lo demás, cada idea, cada pensamiento, dependiendo de su complejidad, requerirá su propio estilo, con lo que no cabe una regla general, y menos tan taxativa como la propuesta por el Informe. El estilo más válido será siempre el más conveniente al caso, ese "decorum" al que se refirieron los clásicos.
En última instancia, identifica el Informe lo claro con lo simple y lo complejo con lo oscuro. Y no tiene
por qué ser así. Lo claro (olvidándonos
ya de las ideas oscuras o de la falta de ideas) puede ser simple o complejo. Y con independencia de que sea simple o
complejo, su expresión también puede ser, a su vez, simple o compleja. El reto del escritor o del orador consiste en
encontrar la expresión más efectiva, la que consiga transmitir la idea (sea esta
simple o compleja) al receptor de la forma más fiel. Evidentemente, lo ideal es conseguirlo de una
forma sencilla y llana. Pero si ello no
es posible, si se hace necesario recurrir a una prosa compleja, bienvenida sea con
tal que el objetivo de la transmisión fidedigna se consiga. Lo que ocurre es que esto exige también la
cooperación del lector, su esfuerzo: un esfuerzo de concentración, de análisis,
de lectura y relectura, y de tiempo. Y es este esfuerzo es el que la sociedad
actual tiende a eliminar.
Lo preocupante, en todo caso, es si el Informe no estará
apostando en realidad por un estilo simple con ideas simples para un pueblo
simple, sacrificando de este modo el lenguaje técnico.
De ser así se estaría fomentando un auténtico empobrecimiento científico,
y, por tanto, un auténtico retroceso social.
En fin, insisto: el lenguaje es un instrumento y como
tal sus bondades sólo deben medirse por su eficacia comunicativa. A este
respecto, en la más alta literatura tenemos los ejemplos más opuestos con
resultados igual de buenos. Desde el estilo practicado y propugnado por Azorín,
autor de un artículo titulado: "Estilo oscuro, pensamiento oscuro" y
enaltecedor —en palabras de Ortega— de "los primores de lo vulgar",
al más complejo con complejas ideas de la prosa de Marcel Proust,
sin duda una de las mejores de la historia de la literatura y del pensamiento,
con intrincadas reflexiones expresadas a menudo, y precisamente por tal
complejidad, en párrafos largos con interminables frases coordinadas y subordinadas. Lo que
en absoluto resta un ápice de claridad al texto, insisto, obra cumbre de la
literatura y el pensamiento; antes al contrario: consigue dotar de la necesaria
inteligibilidad a un pensamiento complejo o de compleja transmisión. Eso sí, el lector necesita muchas
veces esforzarse para una acertada comprensión del mismo.
¿Son peores o menos profundas las ideas que laten en la aparente prosa de Azorín que las de Proust? En absoluto. Quizá sean más sencillas las Azorín y así, sencillamente, puede o sabe expresarlas, y más complejas las de Proust ,y por eso recurre a métodos más complejos. Pero tan interesantes y profundas pueden ser las unas como las otras. Y, el resultado es en ambos casos igual de eficaz, por muy diferentes que sean sus estilos. Y, de hecho, Azorín sólo abomina del estilo oscuro cuando en realidad encierra un pensamiento oscuro; o lo que es lo mismo: un falso o nulo pensamiento. Incluso admira al hermético Paul Valery porque no es oscuro, sino difícil. Con lo que volvemos a lo mismo: es la dificultad lo que en la sociedad actual queremos ignorar. Pero a veces lo difícil es no sólo necesario sino imprescindible. Y la ciencia lo es o puede serlo: tan difícil como imprescindible.
¿Son peores o menos profundas las ideas que laten en la aparente prosa de Azorín que las de Proust? En absoluto. Quizá sean más sencillas las Azorín y así, sencillamente, puede o sabe expresarlas, y más complejas las de Proust ,y por eso recurre a métodos más complejos. Pero tan interesantes y profundas pueden ser las unas como las otras. Y, el resultado es en ambos casos igual de eficaz, por muy diferentes que sean sus estilos. Y, de hecho, Azorín sólo abomina del estilo oscuro cuando en realidad encierra un pensamiento oscuro; o lo que es lo mismo: un falso o nulo pensamiento. Incluso admira al hermético Paul Valery porque no es oscuro, sino difícil. Con lo que volvemos a lo mismo: es la dificultad lo que en la sociedad actual queremos ignorar. Pero a veces lo difícil es no sólo necesario sino imprescindible. Y la ciencia lo es o puede serlo: tan difícil como imprescindible.
Dejémonos, pues de historias: los mensajes políticos son
simples en busca del voto simple. Los
mensajes científicos, en cambio, son siempre más profundos y complejos. Tanto, que la mayor
parte de las veces se hace imposible simplificarlos: "vulgarizarlos" (en el sentido de la segunda acepción del DRAE).
En todo caso, insisto: ningún estilo es mejor que
otro. Son distintos, y el mejor de ellos será el más adecuado para cada
caso, el más "conveniente" ("decorum"). Al final —como decía el propio Azorín en su referido artículo— todo debe
ser sacrificado a la claridad (...).
La Comisión de Expertos redactora del Informe que nos
ocupa, sin embargo, se permite recomendar para todo un sólo estilo: el más
simple, el más fácil, se piense lo que se piense, optando así por la ignorancia del
"ciudadano", de manera que siga siendo "vulgo" (en acepción más peyorativa). Todo muy acorde con los tiempos que corren. De ahí mi total desacuerdo.
Servando Gotor
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