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Con estos tres poemas, Babab ofrece a sus lectores
una valiosa curiosidad bibliográfica de uno de los autores más "criticalabados"
de España. Zalín de Luis envuelve con anécdotas estos desconocidos versos de
Arrabal y con el conocimiento de la causa, muestra otras facetas no tan
"provocativas" de su variopinta personalidad.
Sobre el autor
Antes de nada debo de
aclarar un aspecto del título que encabeza estas líneas. En realidad, los tres
poemas de Fernando Arrabal que ahora presenta Babab no son inéditos, o, para ser
exactos, no son inéditos los tres. Dos de ellos tuvieron un breve y exiguo
bautismo editorial que no solo no les proporcionó la publicidad debida sino que,
incluso, los marcó inexorablemente como piezas literarias pérdidas, difusas, y
casi inexistentes, aunque, toda hay que decirlo, también las hizo más
atractivas, si cabe, para los lectores impenitentes de Arrabal.
Para ser preciso, o, sencillamente, correcto, dado que este
prólogo es una crónica y no una crítica, a Fernando Arrabal sólo le podría
definir como artista, sin más. Cine, teatro, poesía, ensayo, pintura y un largo
etcétera de disciplinas artísticas son las que maneja, prudente o
inconscientemente, este maestro de la provocación. Arrabal es ambiguo e
inclasificable. Es molesto, a veces; necesario, siempre. Es, sobre todo, en su
imagen pública, un autor que ha creado sobre su figura un personaje complejo y
dispar que siempre se manifiesta como un exhibicionista. Este último dato
considero que es notorio e incuestionable, y quizás el adjetivo que mejor parece
definirle, y en el que convergen y se resumen otros calificativos. Pero, para
poder enfrentarse al personaje es preciso preguntarse: ¿Cómo es Arrabal antes de
la exhibición?
Mi conclusión es definitiva: Arrabal es un personaje normal, absolutamente
normal y lo trataré de explicar con esta crónica.
No es algo extraordinario que los artistas proyecten
públicamente una imagen confeccionada con la misma integridad que la obra de la
cual son autores. Lo sorprendente, lo verdaderamente sorprendente, es que el
personaje público sea prácticamente el mismo que el individuo en su ámbito
privado, en su mundo cotidiano. Por lo menos, esta impresión es la que recibí de
Arrabal cuando tuve la suerte de conocerle.
Entorno a 1989, Charo Díaz de Tuesta me presentó, en
su casa de Madrid, a Fernando Arrabal. Ellos dos, desde hace décadas, forman una
inexpugnable pareja de amigos. Se trata de una amistad sin hipotecas,
envidiable, es la amistad de dos mundos opuestos por completo que se respetan,
precisamente, porque no tienen nada en común.
Charo es de una formación humanista inabarcable, pero
lo que la hace realmente extraordinaria para con el arte es su finísima
sensibilidad, una modesta sensibilidad exenta de rubor que no es sino el traje
de mejor talle para disfrutar del arte. Desconozco otras cuestiones relativas a
la amistad que le une con Arrabal, además, tampoco son competencia de esta
crónica. La sensibilidad si, la sensibilidad es necesaria para poder comprender
una relación de amistad. También el cariño, pero huelga decirlo, porque una cosa
sin la otra no se da.
Visité a Arrabal en casa de Charo en un par de
ocasiones. La situación y la compañía no podía ser más idóneas para poder
observar y apreciar la actitud de Arrabal. Entonces comprendí que no es en
absoluto un exhibicionista. Claudio, esposo de Charo, magnífico anfitrión de
rotunda personalidad, hacía las veces de contrapunto de Fernando, equilibraba
siempre el otro plato de la balanza de la discusión. Arrabal de igual a igual.
Qué espectáculo. Mentes opuestas, gustos dispares, idéntico respeto y cariño, y
esa fuerza en el debate que hace de la charla y la butaca el mejor de los
escenarios para el deleite. Charo ejerciendo de hermana mayor, prudente,
exquisita y casera. El resto, comparsas asombrados. En ningún momento observé
que Fernando sacase a la luz su conocido exhibicionismo, pero, no por eso dejaba
de actuar como públicamente le había conocido en la televisión. Entonces
comprendí que ese supuesto arma, que es la exhibición, propia de los tímidos
incurables, era algo connatural a su personalidad. Arrabal es un provocador,
causa verdaderos estragos en la lógica reflexión, pero no es un exhibicionista
público.
En otra ocasión nos reunimos con Arrabal en un café
de Opera, en Madrid. Creo que se trataba del Savoy, el nombre es indiferente,
aunque, desde luego, he de anotar que Fernando no es un literato prototipo de
café bohemio, aunque sea amoldable a cualquier butaca. Rodeábamos a Arrabal como
espectadores, él se dejaba, su personaje no estaba dormido, su personaje nunca
duerme. Charo hacía las veces de maestra de ceremonias. Provocaba las sucesión
de anécdotas que nosotros queríamos escuchar. Jóvenes adoradores de figuras
legendarias, necesitábamos alimentar nuestros altares con anécdotas
rocambolescas de los ídolos improvisados. Creo que es un pecado de juventud.
Ahora me aburren las mitomanías y prefiero la rotundidad de la lectura o la
evidencia del arte. Cuestiones de edad. Arrabal, sabedor de su papel, nos dio
entonces lo que tanto buscábamos: Anécdotas.
Dalí aceptó conocer a Fernando Arrabal: "Soy el
divino Dalí" –le dijo por teléfono- y le invitó a su suite del hotel donde
residía en París. Fernando se hizo acompañar de unas estudiantes maoístas a las
que se encadenó. Presentarse de esa guisa en un hotel donde residía un
excéntrico del calibre de don Salvador no debía de ser una actitud excesivamente
chocante para los recepcionistas, ya que con toda naturalidad accedieron al
inmueble y fueron acompañados a la habitación. Dalí vivía rodeado de una corte
barroca en los trajes y en el protocolo, una corte que incluía a Gala, que
comprobaba balances sobre un escritorio vestida de María Antonieta.
Posteriormente, acudieron a una orgía expectacular en sus formas aunque de fondo
misógino, algo muy propio de don Salvador.
¿A que jugaba? ¿A quien provocaba? ¿Por qué y ante
quién se exhibía?
Fernando Arrabal, como es sabido, vive en París con
su esposa, Luce, de una manera muy organizada, escrupulosamente organizada. Se
reparten entre ambos las distintas estancias de la casa, separando el espacio de
cada cual por una línea amarilla pintada en el suelo. Toda la vida diaria de la
pareja está delimitada por esa línea que se respeta como una norma
incuestionable, tan asombrosa como práctica.
Es una pequeña anécdota casera, aparentemente
anodina, ridícula, pero sobre todo casera, privada, que me sirve para argumentar
mi conclusión: Arrabal juega, provoca y se exhibe sobre todo ante si mismo
porque sencillamente él es así, normal pero único.
Sobre los poemas
A principios de 1990 Andrés Inglés, Juan Antonio
Holgado, Jorge Luis Morales y un servidor, fundamos en Madrid la revista de
poesía Archione. El éxito de la publicación fue proporcionalmente inverso a su
difusión. El destino de esta revista fue como el de la inmensa mayoría de las
publicaciones periódicas literarias, o, por poner un símil, como el de los
sellos de correos que se editan sabiendo sus responsables que nunca se emplearán
para el franqueo postal, sino para formar parte de los álbumes de
coleccionistas. Es decir, en poco tiempo se hablaba de una revista que nadie
tenía en sus estanterías, ni siquiera nosotros, que pronto nos quedábamos sin
ejemplares.
En mayo de 1990 editamos el segundo número de la
revista incluyendo dos poemas de Fernando Arrabal: "Soneto de Odio y Amor a España, I y II". Fernando nos había cedido un tercer poema, "Tesoros de la España de Hoy", que para ser franco he de confesar que no lo publicamos porque
no teníamos presupuesto ni siquiera para un pliego de más en la revista,
necesario si queríamos incluir el poema. Tuvimos que optar y nos decidimos por
los dos sonetos siameses.
Los dos poemas dedicados a España son de una
sencillez acrisolada. Son como una silla de caña, de apariencia modesta pero de
estructura compleja por los múltiples nudos que la conforman. Muestran esa
dicotomía entre la patria sentimental y la patria política; esa eterna discusión
de la evolución de la patria compartida, de la patria como herencia y la patria
como futuro.
El tercer poema es un pequeño juego literario. Una
burla fácil sobre una época política en España que era calificada por muchos
como la de la adoración al becerro de oro.
Comprendo que muchos lectores podrán pensar respecto
a estos poemas que se tratan de elementos de la obra menor de un genio de la
literatura; incluso sus detractores podrán considerarlos como una prueba más de
la falta de calidad existente en la obra de Arrabal. No opinaré al respecto, ya
que, como anteriormente he advertido, esta reseña es una crónica de hechos y no
una crítica de estilos, pero lo importante de este material es que no deja de
ser el resultado del exhibicionismo de un artista que le importa poco, muy poco,
la gloria o la miseria del arte, sabedor de que a pesar de todo él sólo es un
individuo normal, absolutamente normal y único.
Zalín de Luis
Enero, 2002
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