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El Diccionario de la Lengua castellana, compuesto
por la Academia, desde su primera edición define y explica lo que son los
dominguillos en esta forma: "Cierta figura de hombre, formada ordinariamente de
un cuero de los que sirven para el vino, lleno de aire y con un pan de plono en
el fondo que le sirve de pie, para quedar siempre derecho. Úsanse en las
fiestas de toros por diversión". En diccionarios posteriores se añade: "También
se hacen, y son más comunes, de corcho, cañabeja u otra materia muy ligera, de
pequeño tamaño, para diversión de muchachos". En una nota de su traducción de
los epigramas del libro De spectaculis, atribuido a Marcial, los define así el P.
Morell: "Dominguillo es el hombre de paja o papel que suele echarse en la plaza
en que corren toros; caen comúnmente de pie, quedándose derechos; irritan mucho
a los toros, que, pensando ser hombres verdaderos, les acometen fieramente y a
poco impulso les arrojan por el aire" (Poesías selectas de varios autores
latinos. Tarragona, 1683).
El origen de estos juegos ha de ser remotísimo.
Entre los romanos era corriente y llamábanse larvata hominis species. Ovidio
los aprovecha en un pasaje de sus Metamorfosis para una comparación que tradujo
así Rodrigo Caro:
De tal manera ardió, cual bravo toro
que con cuerno terrible al dominguillo
acomete, y tocando la escarlata
arde, viendo burladas sus heridas.
Y como término comparativo lo usa asimismo Marcial,
o quien sea el autor del libro De los espectáculos, en un epigrama al que sirve
de ilustración la nota antes citada de su traductor, el P. José Morell. El
epigrama trata de la lucha de un toro y de un elefante:
Con fuego el toro azorado
que poco antes por roja
arena, hasta el cielo arroja
dominguillos alentado,
cayó, en fin, desanimado
de un cuerno herido constante,
cuando presume arrogante
con su ganchoso rastrillo
como fácil dominguillo
levantar a un elefante.
La razón del nombre se ha discutido entre nuestros
erudidos. En opinión de Rodrigo Caro, expuesta en sus Días geniales y lúbricos,
el llamarles dominguillos "quizá fue por el color colorado, que era festivo y
dominguero antiguamente". Según Pellicer, les vino este nombre "desde un truhán
de don Alfonso El Noble, llamado Dominguillo, de que hace mención Rodrigo de
Palencia"; y afirma que los vestían de colorado "por ser color que hiere la
vista al toro y le enfurece", en lo que no hace sino seguir la opinión
tradicional de que con el color colorado, porque imita a la sangre, se irritan
naturalmente los toros".
Esta diversión, de tan clara tradición clásica, fue
adoptada por los españoles en sus lidias de toros desde que se jugaron en
plazas cerradas. Del siglo XVII son los testimonios aducidos de Caro, Pellicer,
y especialmente el del P. Moren, que bien esplícitamente testifica de la
costumbre al decir que suelen echarse en la plaza en que se corren toros.
Podrían acrecentarse los testimonios con ejemplos numerosísimos, de los que solo
quiero reproducir uno del desenfadado P. Butrón que en su Sermón contra un
dominico usa como estribillo el siguiente:
Asserit A, negat O,
el dominguillo en buenos cuernos dio.
Su uso se consideró siempre perjudicial para la
lidia seria y tecnica en que los aficionadas graves se complacían. Así, Juan de
Valencia, en sus Reglas para torerar, que existen manuscritas en la Biblioteca
Nacional (Ms. 9500), advierte: "El poner a la salida del toril ramos y
dominguillos, es mal hecho..."
En el siglo XVIII, desde los primeros espectáculos
celebrados en circos se utilizan los dominguillos, pero principalmente en
novilladas y en corridas cuya finalidad no fuera el cultivo del arte de torear,
grave y trascendente, sino la diversión con mojigangas e invenciones. El uso de
los dominguillos era corriente en estas fiestas, y como tal se anuncia en los
carteles. He aquí cómo lo hace uno del 30 de octubre de 1777: "A los dos toros
siguientes se pondrán dominguillos, y después de algunas suertes los sujetarán
distintamente, a competencia, dos arrogantes perros de ciertos aficionados de
esta corte". Como en el siglo anterior y como siempre, los escritores los
aprovecvhan para comparaciones y agudezas. he aquí un epigrama de don Tomás
Iriarte, típico de la corriente satíricotaurina más común:
Dominguillo y cortejo,
madre, es lo propio,
porque siempre hacen ambos
burla del toro.
Con las corridas emigra esta diversión nuestra a
América, donde también los usan con frecuencia. En el Perú llegó a ser famoso y
popularísimo un dominguillo femenino al que llamaban, bien gráficamente por
cierto, La Porfiada, y era una muñeca de tamaño natural construida con madera
muy compacta: de cintura para arriba presentaba perfectas formas de mujer, y de
cintura para abajo, se cubría con el faldellín típico del antiguo traje de las
indias, si bien tan largo que más bien era falda, pues no se le veían los pies.
En vez de estos tenía una basa de plomo, como nuestros
dominguillos.
Todavía en el siglo XIX usan de esta diversión en
nuestras plazas. Vaya como ejemplo el anuncio de un cartel de novillada
correspondiente al 29 de diciembre de 1816: "Se colocarán cuatro dominguillos a
la salida del toril, y después en varias posiciones de la plaza, con los cuales
se divertirán extraordinariamente los espectadores". A medida que el espectáculo
taurino pierde su primitivo carácter anárquico, y se regularizan y reglamentan
sus lances y suertes, son más raras las exhibiciones de dominguillos, como lo
prueba el siguiente cartel correspondiente a la novillada del 18 de marzo de
1838: "En lugar de la suerte de banderillas se colocarán en diferentes puntos
de la plaza cuatro dominguillos, perfectamete vestidos, figurando ser otros
tantos banderilleros, cuyo juguete, que hace mucho tiempo no se ha visto
(subrayo yo), divertirá a los espectadores por la prontitud con que se vuelven a
levantar así que el novillo los embiste y derriba". Posteriormente se extingue
el uso, hasta el extremo de que dudo que los aficionados que viven hoy, aun los
más ancianos, hayan visto en plazas espectáculo de dominguillos. Se utilizan
aún en capeas y fiestas populares de pueblo, y hechos con tal tosquedad y falta
de arte que ha variado su carácter de remedos humanos con su nombre, ya que más
bien que dominguillos les llaman tentetiesos.
José María de Cossío
Los Toros. Tratado técnico e histórico, 1943
El Toreo (Vol. 4), pags. 434-437
Edición 2007, Espasa Calpe
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