EL DELINCUENTE HONRADO (Jovellanos)





La comedia lacrimosa se nutre de la epistemología sensista sentimental inglesa y francesa (Locke, Shaftesbury, Condillac), del pensamiento humanitario de la Ilustración (Montesquieu, Beccaria, Rousseau) y de la pintura social lacrimosa de la escuela de Greuze. Con una acción que entre lágrimas lleva al borde de la muerte, s e instruye al público sobre los beneficios sociales de las profesiones y el amor de la familia. «Si las lágrimas son efecto de la sensibilidad del corazón, ¡desdichado de aquel que no es capaz de derramarlas!» (acto I, escena III). Ningún autor inglés ni francés del nuevo género lo logra mejor que Jovellanos. La comedia sentimental es una forma tragicómica evolucionada dentro de la escuela neoclásica; pero al mismo tiempo toda la literatura va evolucionando hacia el romanticismo y el realismo. Es así realista el medio de El delincuente honrado (1773), y el manejo del carácter y de la situación se descubren como brillantes anticipos de Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), del duque de Rivas (reseña de la edición de la edición de Cátedra - Letras hispánicas)





Escena II


JUSTO, SIMÓN.

JUSTO.- (Paseándose.) Mucho me agradan, señor don Simón, el juicio y los talentos de este mozo. La señora Laura será muy dichosa en su compañía.

SIMÓN.- ¡Oh! Ella está loca de contento. Es verdad que salió de un marido tan malo... El marqués era un calaverón de cuatro suelas. ¡Qué malos ratos dio a la muchacha, y qué pesadumbres a mí! A los ocho días de casado ya no hacía caso de ella, y a los dos meses no tenía de la dote ni dos cuartos. Ahí nos engañaron con que sus parientes eran grandes señores en la corte, y nos hicieron creer... ¡Eh!, palabrones de cortesanos, que se llevó el viento. ¡Oh! Torcuato, Torcuato es otra cosa. ¡Qué mujer era su tía! Yo la conocí mucho en Salamanca. A su muerte le dejó una corta herencia, porque siempre le quiso como si fuera su hijo; y aun hubo malas lenguas... Pero era muy virtuosa; Dios la tenga en descanso. En fin, las locuras del marqués me dejaron harto de señoritos; con que, por no tropezar con otro, viendo que Laura quedaba viuda y niña, y que Torcuato la tenía inclinación, se la ofrecí, sin esperar que él la pidiese, y hoy viven ambos dichosos y contentos.

JUSTO.- ¿Y no pensáis en darle algún destino?

SIMÓN.- ¿Destino? No, señor; soy ya muy viejo; mañana o esotro me moriré, les dejaré cuanto tengo y con ello podrán vivir sin quebraderos de cabeza. ¿Destino? ¡Buena es esa! Los hombres de empleo no sosiegan un instante. ¡Yo no sé cómo pretenden los que tienen con qué pasar! Y luego, ¡se premia tan mal...!

JUSTO.- Señor don Simón, para el hombre honrado la satisfacción de servir bien es el mejor premio.

SIMÓN.- ¿Y os parece que la alcanzan los que sirven mejor? No, por cierto. Hasta el crédito y la buena fama se reparte sin ton ni son. ¡Ah, señor!, vos no conocéis todavía el mundo. Antiguamente era otra cosa; pero hoy se juzga sólo por apariencias. Todo consiste en un poco de maña y de ingeniatura. Los hombres honrados por lo común son modestos; pero los pícaros sudan y se afanan por parecer honrados, con que pasa por bueno, no el que lo es en realidad, sino el que mejor sabe fingirlo.

JUSTO.- En todo caso el hombre de bien, después de haber cumplido con sus deberes, vivirá contento y la injusticia de los que le juzguen no podrá quitarle su tranquilidad, que es el más dulce fruto de las buenas acciones.



Gaspar Mechor de Jovellanos
El delincuente honrado, 1773




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